Las condiciones ambientales en las que vivimos están cambiando muy deprisa. No es difícil llegar a esta conclusión, que no se le escapa a nadie que observe el medio con voluntad realmente crítica y que se tome el trabajo de recordar cómo eran las condiciones hace unos años. Y luego además está toda la evidencia científica que muestra tanto la magnitud de esos cambios como que las proyecciones que hemos ido haciendo han sido hasta conservadoras. La imagen que abre el artículo muestra el cambio de temperaturas globales entre 1850 y 2017, que han registrado un incremento de 13.5 ºC (procedente de Warming Stripes de Climate Lab Group). El mundo cambia más rápido y a una escala mayor de lo que los científicos del clima y otros especialistas en cambio global han ido prediciendo.
Frente a esta realidad, que ya digo que es fácil de observar, las respuestas de los gobiernos se han movido entre tibias y directamente sonrojantes. Es cierto que hay un gran conjunto de magnates, grandes compañías y movimientos políticos que han sabido crear capas y capas de desinformación para crear un sustrato social que se muestra reluctante a considerar que las limitaciones de nuestro mundo, e incluso con grandes bolsas de agresividad contra el cambio de la forma de vida acelerada y de alto consumo en la que (algunos) vivimos. Es importante considerar estas bolsas de odio y desinformación, y es claro que para algunos gobiernos intentar impedir que se les “escapen” esos votantes es un impedimento para adoptar medidas impopulares. Para otros los discursos del odio y la negación de la realidad están siendo una de las bases para desarrolalr políticas destinadas a favorecer temporalmente a unos pocos privilegiados.
Es en este contexto de polarización, agresividad y desinformación en el que nos movemos los científicos del cambio global. Durante años decenas, si no cientos, de miles de especialistas se han empeñado en tomar, analizar e interpretar los datos, generar posibles soluciones, y comunicar a la opinión pública y los responsables políticos sus observaciones y proyecciones. Y como mencionaba antes la respuesta ha sido, en el mejor de los casos, tibia. Y mientras tanto el planeta Tierra no se va al carajo, pero las condiciones en las que podemos vivir de manera relativamente fácil sí que están despareciendo a un ritmo frenético.
¿Qué ha de hacer una comunidad científica que sabe que nos acercamos a un “destino final”? Obviamente seguir trabajando en buscar soluciones y comunicándolo. Pero la respuesta de los medios a veces es la mofa o la trivialización, como muestra este doloroso ejemplo. En ese contexto, es normal que los investigadores se unan en una Rebelión Científica, buscando acciones de desobediencia civil que remuevan las conciencias tanto de los políticos como de la gente que los apoya. Estas acciones de rebelión ya han sido eficaces para mostrar el alcance de crisis sociales y ambientales, como las pruebas y la escalada nuclear. En un artículo en Ciencia Crítica reflexionamos sobre si estas acciones son adecuadas, o simplemente necesarias.
Si no cambiamos pronto nuestro modo de vida, va a ser el mundo el que cambie cómo vivimos nosotros.